El barrio cerro de las Rosas en la ciudad de Córdoba es una zona residencial y periférica que se encuentra bajo un proceso de transformación debido a la construcción de emprendimientos inmobiliarios de servicios y comercios.
El edificio propuesto debía aprovechar al máximo la superficie edificable. Este requerimiento generaría una masa mucho mayor a las construcciones del entorno, modificando así la escala de la calle. Para evitar esto, el edificio se dividió en dos partes independientes, despegadas de las medianeras y unidas entre sí, por un núcleo de circulaciones verticales. Dividir el total del edificio en dos partes y a su vez desplazarlas entre sí, permitió descomponer la gran masa en partes menores, mitigando su impacto y achicando la percepción de su escala respecto al entorno. A su vez, esta operación de desplazamiento, retranqueando una de sus partes, generó una plaza que, como un ensanche de la vereda, se convirtió en un gran espacio público al que se abren y sirven los locales comerciales propuestos. Por la implantación, división y desplazamiento, el edificio entrega cuatro esquinas bien definidas, a pesar de ser un lote entre medianeras, decisión que beneficia la actividad comercial y la relación con el entorno.
El programa de oficinas en las plantas altas, requería la mayor flexibilidad posible, es decir, la posibilidad de anexarse entre sí, permitiendo, si fuera necesario, poder utilizar la planta completa de cada uno de los módulos. Para contemplar esto, se utilizó la estructura como grilla ordenadora de la totalidad del edificio, que regula y a su vez posibilita el desplazamiento entre los dos módulos.
La orientación del lote, genera las dos fachadas principales del edificio abriendo hacia orientaciones poco adecuadas para espacios de trabajo, como el oeste y el este. Para disminuir la insolación en las caras principales, pero a su vez generar mucho ingreso de luz natural a las oficinas, se resolvió la fachada con cerramientos de parasoles metálicos móviles, que permiten el control solar de cada una de las mismas, y al mismo tiempo genera variaciones en la fachada.
De esta manera, el edificio queda definido por tres componentes fundamentales que le dan identidad: su implantación, que ayuda a relacionarlo con la escala del entorno, la estructura, expresada hacia el exterior del edificio como elemento ordenador de la totalidad, y los parasoles de control solar, como elementos expresivos de la fachada.